Listos para la cosecha
A finales del verano, fuimos a caminar por la zona de New Forest, en Inglaterra, y nos divertimos recogiendo moras silvestres mientras observábamos a los caballos retozando cerca. Mientras disfrutaba del dulce fruto que quizá muchos años antes otros habían plantado, pensé en las palabras de Jesús a sus discípulos: «Yo os he enviado a segar lo que vosotros no labrasteis» (Juan 4:38).
Fe en vez de temor
«A mi esposo le ofrecieron un ascenso en otro país, pero me daba miedo dejar nuestro hogar, así que, de mala gana, él rechazó la oferta», me contó mi amiga. Me explicó cómo su recelo ante un cambio tan grande evitó que se embarcara en una nueva aventura y que, a veces, se preguntara qué se perdieron al no mudarse.
Un tiempo para todo
Hace poco, mientras viajaba en avión, observé a una madre y sus hijos. Uno de los pequeños jugaba tranquilo, y ella miraba a los ojos a su recién nacido, le sonreía y le acariciaba la mejilla. Él la contemplaba extasiado. Disfruté del momento con cierta melancolía, al pensar en mis propios hijos a esa edad y en la etapa que ya había pasado.
Cara a cara
Aunque el mundo está conectado electrónicamente como nunca antes, no hay nada como el tiempo frente a frente. Cuando compartimos y nos reímos juntos, podemos percibir las emociones del otro en sus expresiones faciales. Los que se aman, disfrutan de compartir tiempo cara a cara.
Un día para descansar
Un domingo, estaba junto al arroyo que pasa por el medio de nuestro barrio, deleitándome en la belleza que trae a nuestra zona llena de edificaciones. Sentí cómo me relajaba al mirar el agua y escuchar el canto de los pájaros. Le di gracias al Señor por ayudarnos a encontrar descanso para nuestra alma.
Fe en acción
Mientras mi amiga conducía hacia el supermercado, observó que una mujer caminaba al lado de la carretera y sintió que debía regresar y ofrecerse a llevarla. Cuando lo hizo, se entristeció al enterarse de que la mujer no tenía dinero para el autobús, así que estaba caminando muchos kilómetros en un clima caluroso y húmedo. No solo estaba emprendiendo el largo viaje de regreso a su casa, sino que había caminado varias horas para llegar a su trabajo a las cuatro de la mañana.
El vínculo de la paz
Cuando le envié un email a una amiga para confrontarla por una diferencia que habíamos tenido, no me respondió. ¿Me habría excedido? No quería empeorar las cosas acosándola, ni dejar todo sin resolver antes de que ella viajara al extranjero. Durante los días siguientes, cada vez que me venía a la mente, oraba por ella, sin saber cómo seguir. Entonces, una mañana, fui a caminar por el parque y la vi. Cuando me divisó, su rostro mostró el dolor que sentía. «Señor, gracias por permitirme hablar con ella», susurré mientras me acercaba con una sonrisa. Hablamos con sinceridad y pudimos resolver el problema.
Perfecta paz
Una amiga me dijo que, durante años, había buscado paz y felicidad. Junto a su esposo, estableció un negocio exitoso y pudo comprar una casa grande, ropa elegante y joyas costosas. Sin embargo, ni estas posesiones ni su amistad con personas influyentes pudieron satisfacer su anhelo de paz interior. Entonces, un día, cuando se sentía deprimida y desesperada, una amiga le contó la buena noticia de Jesús. Así descubrió al Príncipe de paz, y su comprensión de la paz verdadera cambió para siempre.
Vestido por Dios
Cuando mis hijos eran pequeños, jugaban en nuestro empapado jardín inglés y se llenaban de barro. Por su bien y el bien de mi suelo, les quitaba la ropa antes de entrar y los llevaba a bañar. Al agregar jabón, agua y abrazos, pronto pasaban de la suciedad a la limpieza.
El Consolador
Cuando subí al avión para ir a estudiar a una ciudad lejana, me sentí nerviosa y sola. Pero, durante el vuelo, recordé cómo Jesús les prometió a sus discípulos la presencia consoladora del Espíritu Santo.